Luego de su
primer discurso sobre las Cuatro Nobles Verdades, Buda expuso la idea del no-yo,
en pali: anattā. Este término indica que carecemos de un yo
perdurable ya que, al existir la transitoriedad permanente en la vida, no es
posible concebir a una entidad inmutable en lo que concierne al ser. Según el
pensamiento budista, se pueden encontrar Cinco Agregados que, unidos, constituyen
cuerpo, mente y experiencia de una persona. Respecto de estos, la forma
sería el cuerpo físico de la persona; los sentimientos refieren a las sensaciones
agradables o desagradables y las formaciones mentales a las emociones, a
los deseos y a la voluntad. La percepción refiere al registro de los
estímulos sensoriales que la persona convierte en objetos reconocibles (por
ejemplo: ideas o pensamientos). Por último, el concepto de consciencia
subjetiva implica a los procesos de conocimiento, percepción y respuesta
ante los distintos acontecimientos y contenidos mentales que se presenten. Dichos
agregados son transitorios ya que las experiencias que se presentan en la vida también
lo son. Debido al cambio constante, sería imposible afirmar que nuestra
existencia está determinada por una estructura inmutable. Se responderá de
distinto modo según lo que se experimente y, además, uno identificará
emociones, sentimientos y pensamientos diversos. En síntesis, es la información
del exterior la que nos determinaría, demostrándose de esta forma la
insustancialidad del ser.
Si bien el yo se asocia a las ideas de control
y de permanencia, Buda niega que esto sea cierto: constata un gran apego hacia
los cinco agregados que impide alcanzar la iluminación y liberarse del
sufrimiento. Como afirma Bhikku Bodhi, dentro del contexto de la introspección,
los cinco agregados son para Buda objetos de apego que deben contemplarse como
no-propios con el fin de que los monjes logren desaferrarse de los componentes
mentales que actúan como obstáculos para alcanzar el nirvana.
Sigmund
Freud, el padre del psicoanálisis, desarrolló tres instancias psíquicas: el yo,
el ello y el superyó. El ello representaría a los impulsos que no se encuentran
en la consciencia pero que pueden motivar al comportamiento. Por lo tanto, no
considera al yo como la única instancia capaz de motorizar a nuestras acciones.
Nisbett y Wilson descubrieron que cuando las
personas debían elegir entre cuatro pares de medias iguales, siempre seleccionaban
a las de la derecha. Dado que los participantes ignoraban el por qué, inventaban
los motivos para poder justificarse. En otro experimento en el que se debía dar
un apretón para ganar dinero, se concluyó que si previo a esto se observaba la
imagen de una moneda, la acción se realizaba con fuerza aunque no se tuviera el
recuerdo de haberla visto. Siendo o no conscientes de la imagen, esta influía
en la motivación de los participantes. En conclusión, ciertos acontecimientos y
estímulos del exterior influyen en las acciones aunque las personas no sean
conscientes de ello.
Como
psicoterapeuta estoy convencida de que en ciertas ocasiones desconocemos las
motivaciones del accionar y, por ende, es necesario examinar experiencias
pasadas y creencias actuales para comprenderlas. Los pensamientos y reacciones
recurrentes de una persona están estrechamente vinculados con las experiencias
vividas. Coincido con las enseñanzas budistas respecto de que reaccionamos y sentimos
de acuerdo a las vivencias, no obstante, las creencias y las respuestas de las
personas siguen ciertos patrones que se repiten constantemente. Me pregunto
cómo esto es posible ante acontecimientos diversos. A veces mis pacientes ni
siquiera pueden identificar diferencias entre situaciones completamente
distintas y, por ende, reaccionan como si estuvieran siguiendo un guión del que
es imposible salirse. Indudablemente las personas que acuden a terapia no son
monjes budistas y sufren porque están aferradas a contenidos mentales
desagradables y a experiencias que se inscribieron en cuerpo y mente, de modo
tal que los condicionan a la hora de vincularse y de reaccionar. Creo, por lo
tanto, que esa inmutabilidad de los cinco agregados es relativa: muchas veces
no tenemos la flexibilidad necesaria para adaptarnos a los cambios ni podemos reconocer
las modificaciones que suceden alrededor como tales. Sin embargo, el fenómeno
de masas que se puede percibir al observar o participar de recitales o
manifestaciones políticas respaldaría el concepto de anattā:
en algunas ocasiones, se podría concebir al ser humano como una disponibilidad
expuesta a sentir y actuar de acuerdo a lo que ofrece el ambiente. Esto parecería
sugerir que más que una estructura permanente contamos con una permeabilidad
que demuestra la constante mutabilidad. Experimento entonces la siguiente
contradicción: se sufre incansablemente por contenidos mentales que no se
modifican fácilmente y, en algunas ocasiones, parecemos meras disponibilidades
que pueden moldearse.
Por estas
cuestiones y las tantas experiencias que puede vivenciar el ser humano, me es imposible
tanto negar como adherir a la noción de anattā. Tomar uno u otro camino significaría negar las
múltiples posibilidades y potencialidades de la existencia humana.