sábado, 22 de febrero de 2014

La patria grande: Viva Brasil

Si no me hago reír se me devora el corazón.
Pero este entorno; este pueblo, me incita a sonreír y todo se logra olvidar.
Siento el festejo de la vida, que se palpita;
y la nostalgia de un pueblo con historia.
Siempre que haya historia habrá hechos por contar y una nostalgia.
Una nostalgia imbatible; impregnada en toda la piel de una civilización.
(En toda la piel y corriendo por las venas).
Me pierdo entre las calles, que algo quieren; necesitan decir.
Y las calles se hacen compañeras y amigas de mi alma, que siempre busca un no-sé-qué.
Aquí percibir es mejor que pensar. 
Se hace notar el latido de una idiosincrasia con la ambición de conquistar al caminante. 
Uno logra sonreír entre callejuelas. 
Uno se interesa en captar ademanes; movimientos; ojos y sonrisas que danzan en las filas de los supermercados; que revolucionan a la ciudad sin miedo y obedeciendo al compás violento y exasperante de las rutinas. 
Y uno se queda perdido entre ademanes; movimientos; ojos y sonrisas: ¡como si formaran el rompecabezas revelador de una idiosincrasia!.
"Lo ajeno se adhiere rápidamente a otro sudor latinoamericano" pienso, siento. 
Tal vez es porque caminamos por un mismo sendero, aunque muchos lo quieran olvidar o nunca lo hayan recordado. Pero aunque a veces ignorado, sientan bien: está impregnado. 
Es una cuestión de piel; de lucha y de historia.
El cielo de Rio de Janeiro tal vez es la prolongación de todos los que transitamos por las mismas calles, esclavos de unos dados del azar que a veces decidimos ignorar o de distintos destinos que hoy nos torturan mediante la incertidumbre que nos hace transitar sin saber cómo; cuándo ni dónde apostar:
EL FUTURO SE ASOMA Y QUEMA.
A veces hay que toparse con las raíces, pues indican cómo y por dónde caminar.

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