lunes, 10 de marzo de 2014

La playa en Rio

Los humanos. La naturaleza. El ocio. El sol. El mar.
Cerca; la vereda. Mirar hacia allí es chocar y estamparse contra las paredes de la rutina; del taladrante tic-tac; de la urbe; el humo; de la carga de la ciudad.
Pero se olvidan por un rato, mirando hacia el mar;
se olvidan con el ruido de la ola que está por romperse en pedazos;
devorando todo a su paso con su espuma gloriosa irradiando una rabia inmensa.
Se olvidan con lo extremista que brinda la naturaleza;
que busca quemar siendo llamarada.
Buscan olvidar y olvidan con lo que la humanidad no puede dominar.
(Algo de lo incontrolable gusta).
¿Seremos presos de la alienación, sin cuestionar, solamente porque nos logra hacer olvidar?
Ya no importan las características de la fuente de alienación.
¿Nuestros genes soportarán que seamos tan kamikazes?
Cuanta desesperación imperceptible inunda a las venas.
Y descansan. O creen que descansan del deber; de las responsabilidades y de las convenciones sociales.
Con la imaginación del infante viajan mientras él arma su castillo preciado de arena.

Sonrien. (Todas las edades). Olvidan. (Todos los corrumpidos).
A todos los abraza con desesperación el sol y ellos casi esclavos aceptan con entusiasmo el pacto.

(Rio de Janeiro, allí, por Febrero del 2014).

2 comentarios:

Dylan Forrester dijo...

Certero remate final,
un placer leerte.

Besos.

Claudia Tubilla dijo...

Los humanos convertimos en bonitos solo con una naturaleza preciosa por delante

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