miércoles, 22 de abril de 2020

Anattā y la experiencia terapéutica


Luego de su primer discurso sobre las Cuatro Nobles Verdades, Buda expuso la idea del no-yo, en pali: anattā. Este término indica que carecemos de un yo perdurable ya que, al existir la transitoriedad permanente en la vida, no es posible concebir a una entidad inmutable en lo que concierne al ser. Según el pensamiento budista, se pueden encontrar Cinco Agregados que, unidos, constituyen cuerpo, mente y experiencia de una persona. Respecto de estos, la forma sería el cuerpo físico de la persona; los sentimientos refieren a las sensaciones agradables o desagradables y las formaciones mentales a las emociones, a los deseos y a la voluntad. La percepción refiere al registro de los estímulos sensoriales que la persona convierte en objetos reconocibles (por ejemplo: ideas o pensamientos). Por último, el concepto de consciencia subjetiva implica a los procesos de conocimiento, percepción y respuesta ante los distintos acontecimientos y contenidos mentales que se presenten. Dichos agregados son transitorios ya que las experiencias que se presentan en la vida también lo son. Debido al cambio constante, sería imposible afirmar que nuestra existencia está determinada por una estructura inmutable. Se responderá de distinto modo según lo que se experimente y, además, uno identificará emociones, sentimientos y pensamientos diversos. En síntesis, es la información del exterior la que nos determinaría, demostrándose de esta forma la insustancialidad del ser.
 Si bien el yo se asocia a las ideas de control y de permanencia, Buda niega que esto sea cierto: constata un gran apego hacia los cinco agregados que impide alcanzar la iluminación y liberarse del sufrimiento. Como afirma Bhikku Bodhi, dentro del contexto de la introspección, los cinco agregados son para Buda objetos de apego que deben contemplarse como no-propios con el fin de que los monjes logren desaferrarse de los componentes mentales que actúan como obstáculos para alcanzar el nirvana.
      Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, desarrolló tres instancias psíquicas: el yo, el ello y el superyó. El ello representaría a los impulsos que no se encuentran en la consciencia pero que pueden motivar al comportamiento. Por lo tanto, no considera al yo como la única instancia capaz de motorizar a nuestras acciones.
Nisbett y Wilson descubrieron que cuando las personas debían elegir entre cuatro pares de medias iguales, siempre seleccionaban a las de la derecha. Dado que los participantes ignoraban el por qué, inventaban los motivos para poder justificarse. En otro experimento en el que se debía dar un apretón para ganar dinero, se concluyó que si previo a esto se observaba la imagen de una moneda, la acción se realizaba con fuerza aunque no se tuviera el recuerdo de haberla visto. Siendo o no conscientes de la imagen, esta influía en la motivación de los participantes. En conclusión, ciertos acontecimientos y estímulos del exterior influyen en las acciones aunque las personas no sean conscientes de ello.
Como psicoterapeuta estoy convencida de que en ciertas ocasiones desconocemos las motivaciones del accionar y, por ende, es necesario examinar experiencias pasadas y creencias actuales para comprenderlas. Los pensamientos y reacciones recurrentes de una persona están estrechamente vinculados con las experiencias vividas. Coincido con las enseñanzas budistas respecto de que reaccionamos y sentimos de acuerdo a las vivencias, no obstante, las creencias y las respuestas de las personas siguen ciertos patrones que se repiten constantemente. Me pregunto cómo esto es posible ante acontecimientos diversos. A veces mis pacientes ni siquiera pueden identificar diferencias entre situaciones completamente distintas y, por ende, reaccionan como si estuvieran siguiendo un guión del que es imposible salirse. Indudablemente las personas que acuden a terapia no son monjes budistas y sufren porque están aferradas a contenidos mentales desagradables y a experiencias que se inscribieron en cuerpo y mente, de modo tal que los condicionan a la hora de vincularse y de reaccionar. Creo, por lo tanto, que esa inmutabilidad de los cinco agregados es relativa: muchas veces no tenemos la flexibilidad necesaria para adaptarnos a los cambios ni podemos reconocer las modificaciones que suceden alrededor como tales. Sin embargo, el fenómeno de masas que se puede percibir al observar o participar de recitales o manifestaciones políticas respaldaría el concepto de anattā: en algunas ocasiones, se podría concebir al ser humano como una disponibilidad expuesta a sentir y actuar de acuerdo a lo que ofrece el ambiente. Esto parecería sugerir que más que una estructura permanente contamos con una permeabilidad que demuestra la constante mutabilidad. Experimento entonces la siguiente contradicción: se sufre incansablemente por contenidos mentales que no se modifican fácilmente y, en algunas ocasiones, parecemos meras disponibilidades que pueden moldearse.
Por estas cuestiones y las tantas experiencias que puede vivenciar el ser humano, me es imposible tanto negar como adherir a la noción de anattā. Tomar uno u otro camino significaría negar las múltiples posibilidades y potencialidades de la existencia humana.

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